En la subjetiva relación entre CONTROL y PREVENCIÓN no
siempre hay equilibrios que respeten la causalidad o la retroalimentación
positiva que uno se imagina. Habitualmente se tiende a pensar que a mayor
control habrá necesariamente mayores niveles de prevención, y esta afirmación a
priori irrefutable, se desvirtúa rápidamente cuando la balanza se inclina con
sentido estricto hacia los controles. Trataré de explicar esta afirmación desde
el ejemplo de un organismo en particular, el Instituto de Control de la Alimentación y
Bromatología.
En este organismo estatal se llevan a cabo las
habilitaciones de establecimientos y productos alimenticios, así como los
medios de transporte de tales productos, como acción principal y leitmotiv de
dicho instituto. Para esta tarea dispone de una estructura orgánica que ha girado alrededor de estos objetivos, o sea de control de registros de
establecimientos, productos y transportes, y a pesar de tener otras aristas
encomiables dentro de sus funciones, como lo son la capacitación y el
asesoramiento, estas tareas han sido aledañas a las metas centrales descriptas.
Aparte de estas características estructurales orientadas al
control puro, tenemos también la cuestión cultural que nos habla de las prácticas
habituales que se desarrollaban en la institución. La tradición de trabajar en
base a controlar el cumplimiento de las normas como único ítem técnicamente especializado
termina orientando el trabajo hacia el único rol posible de oficina administrativa.
Esto hace que se piense el control como objetivo, actividad
y finalidad, y tomarlo con este status absolutista redunda en políticas que
solo se permitirán orientarse a mejorar este sistema para mayores grados de eficiencia
administrativa, ocasionando lo que puede denominarse como “la burocratización
del sistema de control”. Esta situación sólo retroalimenta tal circuito burocrático
y olvida o minimiza su rol sanitario.
Las consecuencias que sobresalen tienen que ver con la
diagramación de políticas públicas con fuerte componente de regulación interna
y poco o nada de promoción, a saber: Dictado de normas estrictas que inhiben el
uso del sentido común en favor de la menor carga en la toma de decisiones. Desarrollo
de actividades de inspectoría que se enfoquen más en el correlato
administrativo que en la detección de riesgos. Fortalecimiento de las unidades
estructurales relacionadas con lo punitivo en detrimento de la incorporación de
agentes con visión y profesión sanitaria.
La resultante de este desbalance es la consecuente delegación
de responsabilidades sanitarias en productores, comerciantes, transportistas y
el propio consumidor. Para traducirlo en idioma más cercano, es como sumar (y
profesionalizar en las acciones represivas) constantemente policías para
disminuir la inseguridad como única medida posible y sobre todo como única
respuesta posible ante la subsistencia del problema. Se despreocupan de las múltiples
causas de la inseguridad y los decisores terminan por delegar responsabilidad a
otros estamentos de la sociedad.
Por el contrario, un enfoque preventivo en bromatología,
utilizaría el sistema de control para sus fines y no podría jamás permitirse el
desbalance porque toda acción llevada a cabo desde un organismo de este tipo conlleva
necesariamente la estrategia de “control” como herramienta fundamental. Las responsabilidades aquí se "comparten" con quienes tienen objetivos comunes (inocuidad de los alimentos en general) como son los productores, comerciantes, transportistas y consumidores.
Perdonen el juego de palabras, pero para resumir, se puede
controlar para prevenir enfermedades de trasmisión alimentaria o controlar para
evitar que alguien no respete las leyes. Parece lo mismo no?, pues bien, les
aseguro que no lo es.
Voy a desarrollar esta línea de pensamiento en un par de
importantes eventos y con lo que surja de allí la seguimos.
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