sábado, 6 de abril de 2013

Prevención No Convencional


Salud no se ha profesionalizado, siempre fue así. Salud, como sistema, no puede permitirse no ser estrictamente profesional para desarrollarse pues sus objetivos primarios, tanto asistenciales como preventivos, requieren de información y acción de especificidad calificada y dada su responsabilidad en el mantenimiento y recuperación del estado de salud de la población, no puede admitir en su seno más opciones que las idóneas al momento de evitar, diagnosticar o eliminar a ese enemigo abundantemente identificado que es “la enfermedad”.
Visto así, la idea de que a la Salud la hacemos entre todos pierde su potencia, y su correlato conceptual, la salud comunitaria, se minimiza a estrategia de complemento. Es decir que la posibilidad de involucrar a todos en el cuidado y recuperación de la salud es una alternativa ante situaciones en donde el “sistema” sanitario convencional no puede resolver el intríngulis.
Una buena muestra de este último planteo es la lucha contra el dengue, en donde las herramientas típicas como son las vacunas, la atención precoz o inclusive la propia acción de terreno con agentes y promotores no alcanzan pues la relación entre recurso humano entrenado (esto también se entiende como profesionalización) frente a la magnitud del problema arroja siempre resultados francamente desfavorables. Es entonces cuando se recurre a la población para que se haga responsable frente a la amenaza. En fin, recién cuando el paternalismo ilustrado no puede protegernos se hace uso de la opción comunitaria.
Pero este camino está grabado a fuego en el protocolo inconsciente de todos nosotros y lo asumimos como absolutamente lógico, sin embargo con poco analizarlo se descubre un agujero por donde se filtra un debate, y empezamos a transitar las dificultades que trae aparejada la aparente discrepancia entre “salud derecho” y “salud obligación”.
Ahora bien, a no confundirse, porque la salud como derecho se entiende solo desde la óptica del otorgamiento y no desde la exigencia. Para ser más claro, este sistema que previa y malvadamente identificamos como paternalista, se desvive por asegurar que la población goce de ese derecho y lo logra en distintos grados según el modelo aplicado, pues es bastante eficiente en la cuestión asistencial, incluso sumando en estas últimas épocas un aditivo imprescindible como lo es la equidad, y un poco menos contundente en la faz preventiva (aunque es imposible medir lo que se evita por el simple hecho de que nunca sucede).
Sin embargo, más allá de estas disquisiciones, y volviendo al punto hay que decir que si la salud derecho implicara la exigencia de no enfermar o de nunca sentirse mal, sería imposible que un área o sistema la pueda asegurar. Nace aquí la necesidad de conceptualizar sobre las responsabilidades de la gente, tanto en su carácter individual  como poblacional, en donde las obligaciones contemplen no dañar la salud propia ni la ajena. Pero tales apreciaciones pueden verse legalmente como obvias y sanitariamente como “disparate”.
Al parecer el debate sobre derechos y obligaciones en salud nos devuelve siempre a la línea de partida y a volver a interpelarnos cíclicamente sobre quienes deberían ser los “proveedores” de salud. Será el “Estado a través de sus cuadros técnicos” o solo “el Estado” (léase pueblo organizado)?
Esta disyuntiva eterna, que incluso tuvo a Evita y Carrillo como protagonistas antagónicos del debate, no se resuelve tomando partido por una opción, pues nunca sería viable. A nadie se le ocurre poner la complejidad médica asistencial en manos de un lego ni el diseño de una red cloacal en manos de dentistas. Sin embargo el solo hecho de pensar que una red cloacal es una acción sanitaria podría acercarnos a las respuestas.
El pensamiento no es novedoso, la salud comunitaria (no como complemento sino que como alternativa) ha sido suficientemente descripta y fundamentada por impecables intelectuales del campo popular, sin embargo este concepto revolucionario requiere previamente un cambio de paradigma que las estructuras formales de salud se resisten fuertemente a que ocurra así como tampoco resulta favorable la tan arraigada imagen de salud como hospital o enfermera pidiendo silencio que tiene la población en general.
Es en este contexto que se pueden proponer estrategias intermedias con la intención clara de mejorar nuestra posición ideológica sanitaria frente al actual diseño sistémico de la salud, tan defendido por conservadores y corporaciones favorecidas.
Por lo descripto anteriormente se desprende que hay muchos agujeros que el sistema imperante no puede abarcar y que sin embargo son reconocidos como importantes factores determinantes del estado de salud de la población. Así es que se abre un espacio para pensar en salud comunitaria sin colisionar, en primera instancia, con las estructuras formales, pues esta estrategia se identifica desde cualquier ángulo como “complementaria” que no es ni más ni menos que el lugar que el paradigma actual le asignó.
Qué es lo que cambia? Pregunta del millón.
El desafío es trabajar desde lugares “no convencionales” asociando toda acción con la consecuencia que trae aparejada en el estado sanitario general e individual, conscientizando así sobre otras formas de ver la salud distintas del ibuprofeno y los rayos X pero tan o más importantes que estas a la hora de medir resultados y que por su transversalidad operativa sea mucho más apropiable por parte de la población, que al día de hoy sigue viendo a los edificios asistenciales como templos lejanos.
En otras palabras, si hacemos cloacas, alfabetizamos, protegemos los alimentos, informamos sobre cómo prevenir accidentes del hogar o viales, inauguramos escuelitas deportivas, llevamos agua potable y muchísimos etcéteras, en realidad no estaríamos haciendo obras de infraestructura, o educación, o control, o asistencia social, sino que, desde este punto de vista propuesto, estaríamos haciendo “prevención no convencional”.
Obviamente este concepto no soporta ningún tipo de cuestionamiento, porque su fundamentación es extremadamente débil, pero su fortaleza radica en al capacidad asociativa entre toda acción y su consecuencia sanitaria.
Para otra oportunidad dejamos la posibilidad de fijar prioridades en salud y su discusión sobre políticas y presupuestos, a partir de esta ampliación de su campo de acción.